Una ciudad en las alturas, dibujada por cúpulas que coronan esquinas y avenidas, y que desde hace más de un siglo marcan el perfil más elegante y misterioso del paisaje porteño. Las cúpulas llegaron con el auge constructivo de fines del siglo XIX y principios del XX, cuando la ciudad buscaba parecerse a París, a Madrid, a Roma. Arquitectos europeos y locales incorporaron estas estructuras como símbolo de estatus, belleza y sofisticación. Así aparecieron sobre edificios residenciales, bancos, palacios y sedes institucionales, con una diversidad de estilos que va del academicismo francés al art nouveau, del neobarroco al art decó.

Hoy, descubrirlas es una experiencia fascinante que mezcla historia, arquitectura y emoción. Algunos recorridos permiten no solo observarlas desde la calle, sino también subir hasta ellas, atravesar escaleras en espiral, techos inclinados, pasillos de madera y miradores escondidos. Estar en una cúpula porteña es como entrar en otro tiempo: el ruido de la ciudad se apaga, el viento se cuela por ventanales circulares, y el cielo se abre como un escenario silencioso.
En Avenida de Mayo, por ejemplo, las cúpulas se suceden como una procesión elegante. La del Palacio Barolo —inspirada en la Divina Comedia— ofrece visitas guiadas que culminan en un faro con vistas de 360 grados o la del edifico La Inmobiliaria que luce dos cúpulas simétricas que evocan castillos franceses. Más al sur, en San Telmo, varias cúpulas han sido restauradas y convertidas en miradores culturales, donde se puede tomar algo o simplemente disfrutar del paisaje urbano con otra perspectiva.

Barrios como Recoleta, Balvanera, Congreso o Almagro también conservan verdaderas joyas en sus alturas. Algunas están ocultas entre árboles y medianeras; otras dominan la escena con orgullo, visibles desde cuadras a la redonda. Cada una tiene su carácter, su historia, su secreto.
La experiencia de recorrer la ciudad con la vista en lo alto transforma por completo el vínculo con Buenos Aires. Mirarla desde sus cúpulas —esas guardianas silenciosas del tiempo y la belleza— permite descubrir una dimensión inesperada de la ciudad: una que respira arte, nostalgia y asombro, en lo alto del cielo urbano.